| 1 comment

Ha muerto Claudio López Serrano: un gran hombre, un gran maestro y un gran amigo

Claudio recibiendo el premio a la Solidaridad de la PVE, de mis manos, en Granada.
Recibiendo el premio en ausencia de uno de los premiados en el último acto organizado por la Liga de la Educación, junto a su presidente, Victorino Mayoral

Su yerno Quique y su mujer, Ventura.

Claudio López Serrano sin perder una palabra de lo que se decía a pesar de su agotamiento físico. En primera fila.

Claudio junto a su nieto y su hija, que no le abandonaron ni un momento.


Le conocí antes de que me lo presentaran, como se intuye, se adivina, la presencia de alguien que cuando te besa diciendo su nombre, tu piel le reconoce. Sabes que es de los buenos. Estás segura que es de "los tuyos".
Con Claudio me pasó eso. Su indumentaria informal, su barba, su claridad de mirada, sus gestos y su contundencia verbal en defensa de lo que creía, hicieron que le respetara desde el principio, que le admirara después y que le tomara como maestro de actitudes y aptitudes poco más tarde.
No tengo ni idea de por qué me "adoptó" desde el principio, por qué defendió mi trabajo, por qué luchó por mi elección y reelección como presidenta de la Plataforma del Voluntariado de España, de la que él formaba parte como Presidete de Valladolid... pero el caso es que fué así.
Él era venerable y yo inexperta en esas lides, pero ambos compartíamos el ansia de lucha por la verdad y el trabajo, aparte del magnífico pimentón que me traía de la Vera.
No quiero hacer un panegírico de su vida porque para ello hay personas que le conocieron más tiempo y más íntimamente. Baste decir que en su persona se reuniían todos los requisitos de un maestro de escuela. De un gran maestro de la vida, que compartió con su venerada Ventura, tan alta de talla humana e intelectual como él, pero siempre a su lado, aunque algunos crean que detrás. Él no lo hubiera consentido.
Un mal día, no sé si el sol salió o si la luna había dejado huérfanas a las estrellas, ese monstruo verde y celoso de la enfermedad decidió apoderarse de él. Luchó a brazo partido. como un naúfrago que no sabe nadatr, pero que sabe que quiere vivir. Como un maestro que no quiere dejar solo y lloroso a su alumnado. como un hombre que cree que tiene mucho por delante que hacer. como un voluntario que no ignora que queda mucho camino para que la solidaridad sea algo universal.
Quienes le conocimos lloramos, temblamos y nos dispusimos a compartir su empresa: la de ignorar la enfermedad y hacer del "carpe diem" nuestro lema.
Como amiga me impuse una tarea: reconocerle en vida lo que siempre se suele reconocer tras la muerte. Por ello, al instituir los Premios a la Solidaridad en la PVE, el fue mi primer candidato. Ya lo había sido a nivel ministerial y bno lo había conseguido, pese a que gobernaba el partido en el que el "militaba", con toda la contundencia que esa palabra puede tener en corazones apasionados y racionales como el suyo.
Le dimos el premio en Granada, que él generosamente, hizo extensivo a la Liga de la Educación y a la fundación Cives, y a partir de ahí vivimos el Congreso Estatal en Mérida y el último acto en Madrid, en el que yo estaba segura (¡válgame la dichosa experiencia!) de que iba a ser el último en el que le viera vivo.
Era la presentación de la Memoria 2008 y las Jornadas 2009 de la Liga Española de la Educación y la cultura Popular que contribuyó a crear hace más de 20 años y de la que era vicepresidente, y para la cual personalmente trabajo en la actualidad.
No me atreví a decirle a los fotógrafos que lo retrataran, ya me encargué de hacerlo yo con mi móvil. A lo que sí me atreví fue a pedirle una vez más que cumpliera una función si se encontraba con fuerzas para ello: recoger el premio en ausencia de uno de los premiados ese día. No tenía fuerzas, pero las sacó, quiero creer que, en parte, porque era yo quien se lo pedía. eso quiero creer porque su generosidad era tan ilimitada y tan innominada que seguramente lo hubiera hecho de cualquier manera.
Recolecté una buena serie de fotografías en las que (¡qué pena!) ya se notaba una absoluta decrepitud, pero en las que también estaban su mujer, su hija, su yerno, su nieto... y las guardé en una carpeta especial del escritorio de mi ordenador deseando no tener que utilizarlas en mucho tiempo.
El 28 de agosto recibí una llamada de su hija Cristina. me temí lo peor, pero solo era el "casi". hablé con Ventura, su mujer, que todavía se mantenía entera como lo ha hecho todo el tiempo que la enfermedad de Claudio le ha obligadop a convertirse en su muleta y su amuleto.
Sé que hasta el final estuvo mencionándome. Y sentí esa pena profunda de quien pierde a un padre (y yo se bien lo que es eso, desde muy temprana edad). Sentí orgullo y sentí miseria. Sigo sin entender por qué ese cuerpo desgarbado y esa mente privilegiada fijaron alguna vez su mirada en mí.
El día 29, a las 10,30 de la mañana falleció. Me tocó insertar su esquela en El País mientras contenía a duras penas las lágrimas. Sólo espero que su muerte no pase desapercibida para todos los que le conocieron y a todos los que sirvió. Si no se suceden los homenajes se estará faltando a su legado que no es otro que el del Socialismo, la Educación, el Laicismo, la Solidaridad y la Humanidad con "H" mayúscula, y no precisamente por ese orden.
A las horas en que estoy escribiendo esto, la familia está celebrando un funeral civil en su pueblo, en Aldeanueva...
Claudio, yo no se muy bien en lo que creo, pero siceramente pienso que no todo el mundo puede morir igual cuando tampoco ha vivido igual que el resto de los mortales. ¡Ciudadano Claudio, amigo, buena suerte allá donde te encuentres! La extinción no la contemplo.