Vaya careto se les habrá quedado a quienes no pudieron robarme
Ya se que antiguamente cambiábamos cromos en clase, y que este que aparece aquí arriba no hubiera tenido precio. Diez, por lo menos, de los difíciles, me hubieran dado por él...
En fin, esta es la jeta que me ha quedado "de momento" tras resistirme a que me mangaran, choricearan, robaran o esquilmaran mi bolso. ¿Quienes? Qué más da. Cuatro jovencitos que debieron ver el momento oportuno, la oportuna pardilla o la oportunidad de comprarse dos litronas, porque lo que llevaba encima no les hubiera dado para más.
Creo que si no me hubiera caído y empezado a sangrar o si el cocodrilo de mi bolso Lacoste no hubiera empezado a rugir debajo de mi cuerpo, lo hubieran conseguido.
Venía de trabajar de Fuenlabrada un viernes por la tarde, que tendría que haber estado durmiendo la siesta, quizá eso fue lo que me dio la mala leche suficiente para aferrarme a la correa y decirles algunos tacos que elegantemente les mandaba a buscar al infierno sus partidas de nacimiento.
Quienes me conocen saben que no he ido al médico, aunque si sigue poniéndose escarlata la cara, la señorita tendrá que visitar al galeno. Mientras, y aunque he seguido trabajando todo el fin de semana, voy a aprovechar las últimas horas de este domingo para hacer de mi nariz un iceberg rodeado de hielo por todas partes menos por una: mi cerebro, que no deja de preguntarse por qué tiene que tocarle siempre a una. Claro que eso se lo preguntan todas las personas a las que les ocurre.
Y mientras los chirlis habrán birlado a otra pardilla, eso sí mujer, hasta las medias, porque sin duda les servirán para el día de mañana pasar de tirones callejeros a atracos de bancos.
Ojito con el bolso, que por quedármelo mirad cómo me los han puesto a mí...
En fin, esta es la jeta que me ha quedado "de momento" tras resistirme a que me mangaran, choricearan, robaran o esquilmaran mi bolso. ¿Quienes? Qué más da. Cuatro jovencitos que debieron ver el momento oportuno, la oportuna pardilla o la oportunidad de comprarse dos litronas, porque lo que llevaba encima no les hubiera dado para más.
Creo que si no me hubiera caído y empezado a sangrar o si el cocodrilo de mi bolso Lacoste no hubiera empezado a rugir debajo de mi cuerpo, lo hubieran conseguido.
Venía de trabajar de Fuenlabrada un viernes por la tarde, que tendría que haber estado durmiendo la siesta, quizá eso fue lo que me dio la mala leche suficiente para aferrarme a la correa y decirles algunos tacos que elegantemente les mandaba a buscar al infierno sus partidas de nacimiento.
Quienes me conocen saben que no he ido al médico, aunque si sigue poniéndose escarlata la cara, la señorita tendrá que visitar al galeno. Mientras, y aunque he seguido trabajando todo el fin de semana, voy a aprovechar las últimas horas de este domingo para hacer de mi nariz un iceberg rodeado de hielo por todas partes menos por una: mi cerebro, que no deja de preguntarse por qué tiene que tocarle siempre a una. Claro que eso se lo preguntan todas las personas a las que les ocurre.
Y mientras los chirlis habrán birlado a otra pardilla, eso sí mujer, hasta las medias, porque sin duda les servirán para el día de mañana pasar de tirones callejeros a atracos de bancos.
Ojito con el bolso, que por quedármelo mirad cómo me los han puesto a mí...
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