A propósito de Diciembre
Del mes de Diciembre, lo
único que me gusta, --aparte de que queda un mes menos para el verano-- es que
se termina el año y como la mayoría de los mortales "irracionales",
pienso que el que viene va a ser mucho mejor... Es como ponerle fecha a la
esperanza...
No
me gusta el frío, no me gusta el derroche de "alegría y bondad" que
se saca del fondo de un cajón para estas fiestas y que se vuelve a guardar en
el mismo sitio hasta el año siguiente, junto con las bolas y el espumillón que
se piensan reutilizar.
No
me gusta el comer por comer, ni la excusa de las fechas para que la familia se
reúna, se ponga de tiros largos y se lancen dardos de lado a lado de la mesa,
mientras te acercan la gamba a la que no llegas...
No
me gustan los almacenes atestados que dejan los bolsillos tiritando, con tal de
que los niños tengan 20 juguetes más, a los que van a hacer caso 4 días, como
el juego no sea electrónico y les sirva para aislarse en su mundo de cascos,
oídos sordos y autismo funcional.
No me gusta la
televisión y sus misiles aire-aire, con bombas en forma de perfumes, de corbatas, de guantes, de juguetes sexistas
con la cocinita en rosa para la niña y el camión azul para el niño. Con las
películas de temática navideña o de dibujos animados, porque como los niños no
tienen cole hay que tenerlos entretenidos de alguna manera... ¡Y qué mejor
forma que con los grilletes del televisor! Una programación que cree que el
resto de las personas nos hemos exiliado a otra galaxia, porque ignora en esta
caso, a los adultos...
No me gusta el
derroche de luces en la ciudad, como si no nos mantuvieran “a oscuras” el resto
del año. Como si ese presupuesto de árboles y luces no se pudiera destinar, a
quienes precisamente viven en la calle, y ven la alegría pasar a su lado, en forma
de regalos que no serán para ellos, en forma de cenas de empresa, sin que ellos
tengan ni trabajo, ni empresa, ni cena…
No me gusta el
recuerdo para “los que ya no están con nosotros”, porque a esos yo los llevo alojados
todos los días del año, en mi corazón…
Quizá alguien piense
que he perdido la magia de la infancia, la ilusión de ser niña y esperar la
hora para levantarte y ver qué te habían traído los reyes magos, pero no es
así. No la he perdido, porque desde los cuatro años no la tuve. Porque supe muy
pronto que los Reyes son los padres, porque era la mayor de seis hermanos y “era
tan mayor” que me preocupaba por los malabarismos que hacían mis padres para
comprar los polvorones, el turrón y los regalos… Y, por las noches, cuando mis
padres se iban a la cama, les escuchaba hacer cuentas y hablar en bajito “pues,
si no puede ser, no puede ser”…
Muy pronto faltó mi
padre, y las que jugábamos a los malabarismos éramos mi madre y yo, con la
pensión que nos quedó de él…
Quizá os parezca muy
negativa, y puede ser que mi visión esté más sesgada que de costumbre en estas
fechas porque tengo la espalda pesada y el bolsillo ligero. Porque me pesan
esos cuatro años de paro y me molestan las pelusas que se acumulan en el
monedero, al que cuando abro se ríe de mi y me recuerda con su bocaza lo que no
tengo. No para mí, que cada vez me importa menos, sino para los demás. Para
formar parte de esa pléyade que regala ilusión con bonitos lazos y recibe
enormes sonrisas como recompensa…
Y AHORA, olvidar
todo lo que he dicho, porque por encima del mes, de las navidades, de las
fiestas… Yo tendré siempre el mejor de los regalos: UNA VIDA NUEVA DESPUÉS DE UN CÁNCER, UN AÑO MÁS
DE VIDA y una gran familia con quien vivirla. Eso es todo y no es poco.
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