Seguiré "yendo" con Pedro Zerolo cuando vaya de Manifestación
Llevo contemplando este folio en blanco desde ayer y es que no sé como volcar en palabras el sentimiento de un hueco. Que Pedro Zerolo nos ha sido arrebatado por esa “muerte enamorada, por esa vida desatenta” es un hecho, pero lo que yo echo de menos es ese ciudadano de pantalones color naranja, de chaquetilla ajustada y discurso sin escribir, que inauguraba un acto de mujeres y decía: “Nosotras, las feministas…” y los aplausos no le cabían en los bolsillos de la chaquetilla y los elogios se enredaban en sus característicos e inconfundibles rizos. No he visto a un hombre, que siendo gay, tuviera “enamoradas” a tantas mujeres y es que sabía tanto de expresar sentimientos, como nosotras.
Zerolo, “El Zerolo”, no era un político al uso. Era un civil, republicano, socialista, laico y solidario, que creía en la igualdad por encima de todo. Y para conseguirla vivía. Y por conseguirla luchaba y trabajaba. Como un martillo remachó incansable, durante años y años, en su partido, que había que hacer una ley de matrimonio gay, una ley que igualara a las personas transexuales y bisexuales, una ley de igualdad efectiva entre mujeres y hombres… Y su golpear tuvo eco en los oídos del Zapatero de la primera legislatura. Y lograron que España fuera, por primera vez, referente mundial en Igualdad.
Pedro, no sólo aprovechó esta circunstancia para casarse con el amor de su vida, el prudente y amoroso Jesús, sino que aprovechó los fines de semana para casar, como concejal, a un montón de parejas de gays y lesbianas (famosos y no famosos), prolongando así su jornada laboral, más allá de lo que el cansancio recomienda. Y es que no le veía el fin a su compromiso con la ciudadanía y con él arrastraba, sin pedir permiso, a cuantos le rodeaban. Estar al lado de Zerolo sí era militar en los valores de Zerolo.
Cuando algunos supimos, antes de que se hiciera público, que tenía cáncer de páncreas, descubierto de una manera un tanto tonta, como generalmente se descubren estas cosas, ya sabíamos que su vida tenía fecha de caducidad marcada, pero aún así, al verle luchar, al verle asistir a las manifestaciones, al despacho del ayuntamiento, a las reuniones con los vecinos de tal o cual barrio, a la precampaña electoral… pensábamos que Zerolo iba a hacer posible que la ciencia se equivocara… Que Pedro, el laico, iba a conseguir que el Universo se aliara con él y le iba a permitir recoger ese acta de diputado que se había ganado a pulso, luchando como un valiente, contra prejuicios por su condición, contra viento y marea, contra fiebre y quimioterapia.
¡No pudo ser!, diría él, con una sonrisa. Porque Pedro no sabía quejarse ni guardar rencor. Por cierto que una de las últimas veces que le vi, me tocó la cabeza y me dijo: “¡Cómo te envidio el pelo, Carmencita! Hay que ver lo que te ha crecido”. Y yo, que sabía lo que le había costado deshacerse de sus rizos, le dije y en ese momento no le mentía: “Verás como a ti también te crece, Pedro… Hay que tener un poco de paciencia… Pero también está muy guapo así, a los chicos os queda muy bien estar rapados”… Me abrazó tiernamente. No sé si porque me agradecía el piropo o la esperanza que le daba. Ambos sabíamos que no era coquetería –aunque eso no le faltaba a nuestro Pedro que solía pedir opinión sobre su vestuario--. No. El pelo entre las personas que padecen cáncer trasciende la coquetería para convertirse en una seña de identidad y, mucho más, en el caso de los rizos de Zerolo.
Ayer por la tarde, después de besar a su marido Jesús y a sus hermanos, cuyo acento canario me lo recordaba de una manera descarnada, me senté un ratito al lado del féretro, viendo desfilar a políticos y gente importante… y, os juro, que no podía imaginarme a Pedro dentro, con los ojos cerrados y los brazos cruzados.
Yo lo imaginaba despierto, con los brazos estirados, como si estuviera escondido, como si estuviera participando en uno de esos antiguos espectáculos de magia, en los que se da vueltas a la caja y aparece por una esquina de la sala, la persona que estaba dentro…
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