Vicente Ferrer: Ha muerto un pedazo de hombre, ha muerto un trocito de cielo
Si cuando Diógenes se paseaba por el ágora durante el día, con un candil encendido, en busca de un HOMBRE, hubiera vivido Vicente Ferrer, la búsqueda del griego habría terminado.
Tuve la oportunidad de conocer a Vicente Ferrer en un Congreso de Voluntariado que se celebró en Tenerife hace muchos años, y tuve la suerte de que me sentaran a su mesa a la hora de la cena. No sé como podría describiros lo que ese hombre desprendía. Lo más aproximado es PAZ. Paz con mayúsculas, paz con minúsculas, "pacita"... Es como si le envolviera una nube, un aura, un espacio invisible y contagioso de tranquilidad y felicidad, de estar en paz consigo mismo y con el mundo...
Prácticamente no cenamos quienes nos sentamos a su mesa porque preferimos alimentarnos de las pocas palabras que conseguíamos sacarle, de sus experiencias en la India, donde muchas mujeres le deben no sólo la vida, sino la subsistencia, la educación, la emancipación...
Su humildad, su voz leve como el humo de una pira funeraria que asciende al cielo, sus ojos, como si vieran más allá de la piel de las personas, de los muros de los edificios... Todo en él decía que era un ser especial para el que todos y cada uno de los seres humanos también éramos especiales.
Se volcó y se vació en la India. Ahora le hemos perdido todos. Y todos y todas deberíamos llorar porque un pedazo de hombre solidario, altruista, pacífico y bueno nos ha dejado. El mundo no debería ser igual cuando muere una gran persona. No es justo.
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