Un autobús llamado Alzheimer

Me miré al espejo y éste se convirtió en una ventana, tras la cual, una señora me miraba con ojos de curiosidad. Nos presentamos. Se llamaba igual que yo y eso nos hizo simpatizar rápidamente.

Como yo se le olvidaba a qué había ido a una habitación, una vez que estaba en ella. Como yo, se le olvidaba cocer previamente las patatas para hacer la ensaladilla. Como yo, en fin, se sentía sola y aislada en un mundo que no nos comprendía cuando hablábamos del "cajón grande de madera donde se guarda la ropa", y solo por el hecho de no decir armario...

Me habló de una excursión muy divertida donde todos los viajeros eran como nosotras. Un autobús cuya línea transcurre de la calle del recuerdo a la plaza del olvido. En él no se tiene hambre, ni frío, ni se sienten enfermedades, y de vez en cuando tiene alguna parada en el callejón de la realidad, donde si quieres te bajas y sorprendes a la familia llamándoles por sus nombres, contándoles historias antiguas que son reales y los haces tan felices que te colman a besos y preguntas.

Decidí embarcarme con ella pegada a mis pies como una sombra. La verdad es que la marcha del autocar era tan suave que parecía que no te movías del sitio. En él llevo muchos años, dando la vuelta a mi mundo, a mi universo, que nunca hubiera creído que fuera tan extenso. Sé que mi familia me echa de menos porque pasaron del cuchicheo por los rincones de la casa al llanto... No entiendo muy bien el porqué si sigo queriéndoles como siempre que me bajo en el callejón de la realidad, y les sorprendo llamándoles por su nombre.


Yo creo que lo que en realidad no les gusta es el nombre del autobús, porque de vez en cuando les oigo susurrar: ¡Maldito Alzheimer!

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